Informativo Virtual Nº 1298
A estas alturas la suerte esta echada. El guión, CONGA VA. El libreto, deliberaciones de parte del Estado, noticieros leyendo lo que le escribieron. Los dueños del circo Yanacocha-Conga, celebrando el éxito de la función. Sin embargo, como lo señala el autor de la nota, sea cual sea la decisión que se tome respecto del monto del destrozo que estamos dispuestos a asumir como efecto secundario de la extracción masiva, por ningún motivo debemos olvidar que la cirugía minera dejará sobre la tierra cicatrices que pueden volverla inhabitable. Si pues. Asi estan las cosas.
YANACOCHA: NIÑOS DESNUTRIDOS |
UN POCO CRUDO , PERO UNA GRAN VERDAD, DESPERTEMOS... "FIN DE LA UTOPÍA"Dom., 18 DIC 2011
El actual debate referido a la explotación minera ha tenido el notable efecto de mostrar la naturaleza profundamente utópica y anti-humana del capitalismo.
Para reconstruir la evidencia, admitamos metodológicamente la legitimidad del argumento central de los defensores de la gran minería y asumamos que una extracción suficientemente refinada ocasiona a la ecología daños secundarios; daños manejables y asimilables.
Querría decir que la actividad extractiva puede prolongarse teóricamente hasta el infinito. Y que de modo análogo, la construcción, la industria, la producción de automóviles y aparatos de vuelo -el capitalismo en cualquiera de sus variantes, la asiática, la europea, la soviética o la estadounidense- puede ampliarse hasta el infinito. Siempre y cuando se recurra a las tecnologías de punta.
La técnica filosofal nos colocará entonces ante el atajo que conduce a la totalidad. Pondrá al alcance de nuestras manos el acariciado infinito, ese componente central de la utopía, ese gesto simbólico que traslada a la mecánica material o social -a la finitud- las propiedades que la teología negativa colocaba en el espacio divino. En el in-finito.
Jonathan Swift refiere que durante su visita a la Gran Academia de Lagado, el médico y capitán de navío Lemuel Gulliver fue llevado a un laboratorio del cual emanaba un horrible hedor. En él un miembro de la Academia se encontraba realizando cierto experimento eminentemente utópico: convertir el excremento humano en sustancia alimenticia.
Ese sabio de Lagado semeja a nuestros actuales abogados de la gran minería que se han propuesto convencernos -como él- de que son capaces de dividir el desperdicio en sus ingredientes, cambiando así su odiosa coloración, provocando la evaporación de la pestilencia, aislando las secreciones.Hay incluso quien sostiene que el resultado del ciclo inverso supera al original. En el caso específico del Proyecto Conga en Cajamarca, los visionarios afirman que, aunque es inevitable el sacrificio de ciertos acuíferos importantes, la operación minera lograría que el agua disponible sea aún mayor. Conseguiríamos, según la expresión literal de los letrados, “mejorar la calidad de la vida”. Singular audacia la de nuestros utopistas o heterotopistas, pues ni siquiera el catedrático descrito por Swift se atrevió a sugerir que la calidad nutritiva de la alimentación obtenida de sus manejos de alcantarilla sería mayor que la del producto inicial.
Un reciente y esclarecedor comunicado del Colegio de Ingenieros -que no reniega en principio de la minería mayor- puede ayudar en la ubicación del punto de equilibrio requerido por el tema que estamos tratando. Sin embargo, sea cual sea la decisión que se tome respecto del monto de destrozo que estamos dispuestos a asumir como efecto secundario de la extracción masiva, por ningún motivo debemos olvidar que la cirugía minera dejará sobre la tierra cicatrices que pueden volverla inhabitable. Con inesperada rapidez.
Si la Utopía -disparador simbólico de la modernidad- es susceptible de una transformación que la vuelva UTOPIA provinciana y corregible, la conversión de un país como el nuestro, territorio de geometrías prodigiosas, en un arenal cubierto de tatuajes inconexos, sería irreversible.
En el caso de que, a pesar de la valiente oposición, el capital impusiese sus designios y la catástrofe tuviese lugar, recordaremos a algunos de nuestros intelectuales de punta con la incomodidad que sintió el Capitán Gulliver al ser recibido y abrazado cortésmente en aquel malholiente laboratorio de la Gran Academia de Lagado.
César Lévano Jr. Colaborador
Para reconstruir la evidencia, admitamos metodológicamente la legitimidad del argumento central de los defensores de la gran minería y asumamos que una extracción suficientemente refinada ocasiona a la ecología daños secundarios; daños manejables y asimilables.
Querría decir que la actividad extractiva puede prolongarse teóricamente hasta el infinito. Y que de modo análogo, la construcción, la industria, la producción de automóviles y aparatos de vuelo -el capitalismo en cualquiera de sus variantes, la asiática, la europea, la soviética o la estadounidense- puede ampliarse hasta el infinito. Siempre y cuando se recurra a las tecnologías de punta.
La técnica filosofal nos colocará entonces ante el atajo que conduce a la totalidad. Pondrá al alcance de nuestras manos el acariciado infinito, ese componente central de la utopía, ese gesto simbólico que traslada a la mecánica material o social -a la finitud- las propiedades que la teología negativa colocaba en el espacio divino. En el in-finito.
Jonathan Swift refiere que durante su visita a la Gran Academia de Lagado, el médico y capitán de navío Lemuel Gulliver fue llevado a un laboratorio del cual emanaba un horrible hedor. En él un miembro de la Academia se encontraba realizando cierto experimento eminentemente utópico: convertir el excremento humano en sustancia alimenticia.
Ese sabio de Lagado semeja a nuestros actuales abogados de la gran minería que se han propuesto convencernos -como él- de que son capaces de dividir el desperdicio en sus ingredientes, cambiando así su odiosa coloración, provocando la evaporación de la pestilencia, aislando las secreciones.Hay incluso quien sostiene que el resultado del ciclo inverso supera al original. En el caso específico del Proyecto Conga en Cajamarca, los visionarios afirman que, aunque es inevitable el sacrificio de ciertos acuíferos importantes, la operación minera lograría que el agua disponible sea aún mayor. Conseguiríamos, según la expresión literal de los letrados, “mejorar la calidad de la vida”. Singular audacia la de nuestros utopistas o heterotopistas, pues ni siquiera el catedrático descrito por Swift se atrevió a sugerir que la calidad nutritiva de la alimentación obtenida de sus manejos de alcantarilla sería mayor que la del producto inicial.
Un reciente y esclarecedor comunicado del Colegio de Ingenieros -que no reniega en principio de la minería mayor- puede ayudar en la ubicación del punto de equilibrio requerido por el tema que estamos tratando. Sin embargo, sea cual sea la decisión que se tome respecto del monto de destrozo que estamos dispuestos a asumir como efecto secundario de la extracción masiva, por ningún motivo debemos olvidar que la cirugía minera dejará sobre la tierra cicatrices que pueden volverla inhabitable. Con inesperada rapidez.
Si la Utopía -disparador simbólico de la modernidad- es susceptible de una transformación que la vuelva UTOPIA provinciana y corregible, la conversión de un país como el nuestro, territorio de geometrías prodigiosas, en un arenal cubierto de tatuajes inconexos, sería irreversible.
En el caso de que, a pesar de la valiente oposición, el capital impusiese sus designios y la catástrofe tuviese lugar, recordaremos a algunos de nuestros intelectuales de punta con la incomodidad que sintió el Capitán Gulliver al ser recibido y abrazado cortésmente en aquel malholiente laboratorio de la Gran Academia de Lagado.
César Lévano Jr. Colaborador
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