domingo, 14 de enero de 2018

FUJIMORI DECÍA: “DARÍA MI VIDA POR EL JAPÓN”

Asco es lo que menos podemos sentir por la expresiones vertidas por  reo Alberto Fujimori que con el cinismo que le caracteriza, invoca al país ni rencor ni odio.

Por lo visto, este ladrón y criminal  se ha olvidado que fue condenado a 25 años de prisión por los muertos de Barrios Altos y la cantuta y si ahora anda libre es gracias al pacto infame de gobernabilidad celebrado debajo de la mesa  con el hampa política aprofujimorista que lidera Keiko Fujimori que tiene en su haber 3 denuncias por lavado de dinero y una por recibir dinero de Odebrecht.

Lo único que podemos responderle al criminal Alberto Fujimori  es que, por una maldición de los dioses, hoy se encuentra en libertad gracias un indulto que no le corresponde y que por lo tanto debería continuar encarcelado.

Y no está de más recordar  que no es  la única perlita de su extenso rosario delictivo, destaca también en su hoja delictiva,  la estrategia, postular como congresista en el Japón, para librase de la justicia peruana, como lo demuestra la columna que adjuntamos para su conocimiento y difusión:

EL CANDIDATO JAPONÉS QUE EXCLAMÓ: “DARÍA MI VIDA POR EL JAPÓN”


Hay épocas y coyunturas históricas que tienen la virtud de mostrar no solo las capacidades y virtudes sino las falencias y lacras ocultas de sus gobernantes. El presidente y su cohorte de nuevos ministros difícilmente serán capaces de reconocer la verdad y defenderla, como condición necesaria para hacer justicia a los deudos de las víctimas de los asesinatos. El aún presidente, ha perpetrado el canje del indulto por una precaria permanencia en la presidencia.
El indulto es ilegal, a favor de quien sin ápice de sensibilidad moral les ha espetado en la cara a los peruanos un insulto cuando se disculpa de sus electores por haberlos “defraudado”. Sin asomo de arrepentimiento, haciendo gala de prepotencia y burlándose de todos, después de haber hecho el triste rol teatral de víctima para atraer compasión, con evidente cobardía y falta absoluta de coraje para asumir sus responsabilidades históricas.
Dudo que exista un peruano que no sienta un malestar profundo cuando un expresidente ladrón y asesino, deje la clínica donde ha estado en “cuidados intensivos” haciendo un despliegue publicitario espectacular. Cómo olvidar que les vendiera armas de contrabando a las guerrillas de las FARC, dilapidara cerca de 12 mil millones de dólares producto de la venta de empresas del Estado y le entregara millones por concepto de jubilación a su asesor y socio Montesinos. Que alguien a quien no “le temblaba la mano” para tomar decisiones renunció por fax porque sentía que “peligraba su vida”. Y, luego de evadirse en el avión presidencial con muchísimas maletas llenas, terminó candidateando a la Dieta japonesa para luego proclamar: “Yo daría mi vida por el Japón”. Pese a todo, no es dudoso que existan peruanos que justifiquen estos hechos.
Los que están noticiando que la marcha del 11 de enero es solamente antifujimorista se equivocan, es el despertar de las conciencias frente al peligro que se cierne sobre los derechos fundamentales y es la emergencia de una nueva resistencia en defensa de las libertades, con justa indignación frente a los abusos. Es la búsqueda de un derrotero fiable para encausar los movimientos populares que van encontrando su camino y creando las condiciones para la forja de dirigentes y líderes capaces de gestionar con eficiencia el cambio político que emerge.
¿Quiénes participarán en la marcha? Todos los peruanos que aspiran a un país democrático, todos los que se definen de izquierdas con sus diferentes matices que, a su vez, tienen la obligación de vencer el cerco ideológico y cognitivo-emocional que les impide conseguir la unidad por encima de las pequeñas capillas y sean capaces de superar sus inquinas personales para pensar y actuar apoyando el gran movimiento anticorrupción. Quienes deben entender que la falta de claridad para deslindar con Sendero es deficiencia imperdonable y que hoy es posible organizar un discurso y una acción de los movimientos democráticos en defensa de los derechos humanos, del acceso al trabajo digno, del acceso a la justicia, de la defensa de biodiversidad. Vencer de una vez por todas el discurso de la extrema derecha que viene administrando todos los días una prédica contra los “caviares” que más tienen de envidia que de buenas razones.

Es el comienzo de la resistencia social. Es el tiempo de los jóvenes, es el tiempo de la protesta contra la desigualdad, es el tiempo de la defensa de la democracia y de la construcción de un movimiento poderoso que haga oír su voz en todos los confines del país.

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