Luego de varias averiguaciones, incluyendo una visita a Ayacucho, queda claro que esa versión es una leyenda ruralEscribe: Francisco Durand
El mito fundante de los Añaños como
emprendedores campesinos de zonas alejadas, devenidos en industriales a punta
de imaginación y esfuerzo en medio de ataques senderistas, empezó en 1993 con
un artículo de Mario Vargas Llosa publicado en El País de España y Caretas de
Lima.
Luego de varias averiguaciones, incluyendo una visita a Ayacucho, queda claro que esa versión es una leyenda rural. En realidad, los Añaños fueron una familia terrateniente poderosa a mediados del siglo XX, con buenas y vastas tierras en Tambo y San Miguel que dieron lugar a varias ramas. Su descendencia no es quechua o mestiza sino española y bien castiza. El primer Añaños llegó de España a Ayacucho hace siglo y medio y se casó con grandes familias. En los 1920 era poderoso. En una famosa revuelta campesina su casa hacienda de Patibamba terminó incendiada. Una rama se quedó en San Miguel, ubicada a medio camino entre Huamanga y la selva. De allí viene Eduardo “Flaco” Añaños (agricultor) y su esposa Miriam Jerí (maestra), que educaron a su hijo mayor Jorge en Huamanga, mientras los menores se fueron a Lima.
A pesar de la reforma agraria, les quedaron tierras además de propiedades. Iniciaron sus negocios en una sanguchería fundada por los ingenieros Jorge Añaños Jerí y Tania Alcázar en un local propiedad de los Añaños. Allí experimentaron con sabores y uso de aguas a partir de prácticas universitarias en un planta de jugos y conservas de la UNSCH. El ingeniero Luis Salinas, profesor de Tania, jugo un rol técnico importante y luego se incorporó al grupo. La clave inicial fue el precio bajo y la generación de marcas y sabores en un momento que las colas locales y las de Lima no entraban y donde la demanda provenía de los pobres principalmente, que empezaron a migrar a las ciudades y la costa por la guerra. Así Kola Real ganó clientes y se convirtió en orgullo ayacuchano. Su mezcla con cerveza la llamaban “corazón huantino”. La fabricación empezó en el Jirón Asamblea, a una cuadra de la Plaza de Armas, medio informalmente, usando sin permiso botellas de cerveza, lavándolas con Ace, pegándoles etiquetas baratas, pero combinando buen sabor y precio. Primero ganaron el mercado regional del centro, luego avanzaron comprando maquinaria en círculos concéntricos hasta llegar a Lima y empezaron a entrar al mercado internacional. En 1993 se dividieron en dos grupos: Aje, de Ángel y sus hermanos menores, hoy arrastrando una deuda de $ 350 millones, e Industrias San Miguel, de Jorge y Tania que anda bien.
¿Por qué entonces circuló esa versión fantasiosa que popularizo Vargas Llosa? Entre los intelectuales neoliberales y los defensores del libre mercado había que crear una historia de capitalismo popular. A falta de estudios de campo, y apoyándose más en su idealizada imagen de la chacrita en la ladera oriental de los Andes que los vio nacer, inventaron el mito Añaños.
Luego de varias averiguaciones, incluyendo una visita a Ayacucho, queda claro que esa versión es una leyenda rural. En realidad, los Añaños fueron una familia terrateniente poderosa a mediados del siglo XX, con buenas y vastas tierras en Tambo y San Miguel que dieron lugar a varias ramas. Su descendencia no es quechua o mestiza sino española y bien castiza. El primer Añaños llegó de España a Ayacucho hace siglo y medio y se casó con grandes familias. En los 1920 era poderoso. En una famosa revuelta campesina su casa hacienda de Patibamba terminó incendiada. Una rama se quedó en San Miguel, ubicada a medio camino entre Huamanga y la selva. De allí viene Eduardo “Flaco” Añaños (agricultor) y su esposa Miriam Jerí (maestra), que educaron a su hijo mayor Jorge en Huamanga, mientras los menores se fueron a Lima.
A pesar de la reforma agraria, les quedaron tierras además de propiedades. Iniciaron sus negocios en una sanguchería fundada por los ingenieros Jorge Añaños Jerí y Tania Alcázar en un local propiedad de los Añaños. Allí experimentaron con sabores y uso de aguas a partir de prácticas universitarias en un planta de jugos y conservas de la UNSCH. El ingeniero Luis Salinas, profesor de Tania, jugo un rol técnico importante y luego se incorporó al grupo. La clave inicial fue el precio bajo y la generación de marcas y sabores en un momento que las colas locales y las de Lima no entraban y donde la demanda provenía de los pobres principalmente, que empezaron a migrar a las ciudades y la costa por la guerra. Así Kola Real ganó clientes y se convirtió en orgullo ayacuchano. Su mezcla con cerveza la llamaban “corazón huantino”. La fabricación empezó en el Jirón Asamblea, a una cuadra de la Plaza de Armas, medio informalmente, usando sin permiso botellas de cerveza, lavándolas con Ace, pegándoles etiquetas baratas, pero combinando buen sabor y precio. Primero ganaron el mercado regional del centro, luego avanzaron comprando maquinaria en círculos concéntricos hasta llegar a Lima y empezaron a entrar al mercado internacional. En 1993 se dividieron en dos grupos: Aje, de Ángel y sus hermanos menores, hoy arrastrando una deuda de $ 350 millones, e Industrias San Miguel, de Jorge y Tania que anda bien.
¿Por qué entonces circuló esa versión fantasiosa que popularizo Vargas Llosa? Entre los intelectuales neoliberales y los defensores del libre mercado había que crear una historia de capitalismo popular. A falta de estudios de campo, y apoyándose más en su idealizada imagen de la chacrita en la ladera oriental de los Andes que los vio nacer, inventaron el mito Añaños.
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