LA ESTUPIDEZ HUMANA
Marco Aurelio Denegri Santagadea (Lima, 16 de mayo de 1938) es un intelectual, polígrafo, periodista y conductor de televisión peruano. Si bien destaca por sus trabajos en el campo de la sexología, también ha abordado la crítica literaria y la lingüística (especialmente la gramática y la lexicografía). Los programas de televisión que ha conducido se han caracterizado por su labor de difusión cultural.
Son las nueve de la noche del viernes 25 de julio y el auditorio César Vallejo de la Feria Internacional de Libro luce alborotado, demasiado. El congresista Víctor Andrés García Belaunde acaba de presentar su libro El expediente Prado, y sus invitados, que son decenas, llenan todos los pasillos que dan acceso al auditorio.
La República Edición Impresa del 03 de Septiembre de 2015
Escribe:
Emilio Camacho
Pasan los minutos y el tumulto no disminuye, crece. A los que
vinieron por ‘Vitocho’ se suman los que quieren oír a otro autor: Marco Aurelio
Denegri. El intelectual, sexólogo y conductor de televisión presenta Poliantea,
su nuevo libro, una suerte de breve enciclopedia en la que desarrolla temas y
conceptos que son de su interés. La multitud lo aplaude cuando se acomoda en el
escenario, listo para hablar. Lo ovaciona también cuando empieza a leer algunos
pasajes del libro. Pero él luce distante, ajeno a la aclamación de sus
lectores. De hecho, siempre ha preferido mantenerse lejos de las personas. Se
reconoce misántropo, poco sociable. Dice que no espera ser popular, pero –muy a
pesar suyo– lo es.
PUEDES VER: Martha Hildebrandt: Marco Aurelio Denegri se salió
de sus casillas
En Poliantea, su último libro, usted hace una diferencia entre
el humorismo y la comicidad. ¿Puede hacer un resumen de esa diferencia?
Bueno, vea. Yo recuerdo que a fines de los 60 llegó a Lima, por
primera vez, Juan Verdaguer (humorista uruguayo). Este era un señor que se
presentaba en la televisión solo, sin ningún apoyo. A mí me causaba mucho
regocijo verlo, porque lo hacía con una seriedad y un timing que no se pueden
imitar. Luego vino en la televisión lo que se comenzó a llamar "programa
cómico", que era una concesión fácil a la risa pueblerina, estruendosa y
vulgar. Luego eso se entronizó. Fue una concesión al gusto mayoritario. (Jorge
Luis) Borges en sus conversaciones con Adolfo Bioy Casares se preguntaba:
"¿Qué cosa pasaría si hoy estuviera entre nosotros Oscar Wilde?". Y
él mismo respondía: "Seguramente sería un bobo". Es que Wilde funcionaba
muy bien en los salones londinenses de 1800, pero ahora ya no. Es una
sensibilidad de época, que ahora no tenemos. Ahora la gente se va a reír con el
chiste grueso.
En Poliantea, usted dice que no es posible comparar el humor
sutil de Wilde con la comicidad actual. Cuando usted lanza un chiste en su
programa de televisión, en canal 7, ¿a quién se parece más, a Wilde o a un
cómico actual?
Yo nunca he querido ser gracioso. Si me pregunta si hay una
intención consciente de provocar risa, eso no. Primero, porque yo no tengo esas
condiciones. Ahora, puede ser que la gente se ría de mis gesticulaciones o mis
ademanes, pero eso es algo que está en mí. Es mi manera de expresarme.
En
este momento, Nerit Olaya, editor de los libros de Marco Aurelio Denegri, nos
interrumpe. "Quizá usted va más por la ironía", le dice a Denegri.
“Eso es muy diferente –responde él–, es como el chiste cruel. La primera vez
que yo escuché un chiste cruel, o de humor negro, yo estaba en tercer año de
media, era 1953, y el profesor de literatura, Vicente Gonzales Monteolivo, era
un gran contador de chistes. Él decía: Había una pareja de recién casados que
tuvieron su primer hijo, pero les resultó tan feo, tan horrible, que tuvieron
que botarlo a la basura. Aquello, dicho en 1953, era impresionante”.
Volvamos a Poliantea. En el libro trata un tema que para usted
es recurrente: la estupidez humana.
Usted dice que todos cometemos estupideces en menor o mayor
grado, e incluso cita a Mussolini, que tiene esta frase: “Todos los hombres son
más o menos estúpidos. La cuestión es ser un estúpido ligero”. La cuestión es,
hoy, a la mitad de la segunda década del siglo XXI, ¿cometemos más o menos
estupideces?
Más, muchas más. Por una razón científica. Vea, el Premio Nobel
de Medicina, Peter Medawar, dijo que la inteligencia estaba declinando en el
mundo, desde 1940 aproximadamente, y que esta declinación no iba a ser
indefinida. Me permito hacerle una observación a tan ilustre científico, yo
creo que sí va a ser indefinida. Y si ha comenzado a declinar la inteligencia,
lógicamente tiene que comenzar a subir la estupidez. Este es un tema que no
necesita de estadísticas o de ningún estudio, esto es algo que usted ve todos
los días. Basta solo con ver a los políticos. Además creo que este proceso es
irreversible.
Antes de entrar a ese punto, ¿todos cometemos estupideces?
¿Usted mismo reconocería que comete estupideces?
Todos pues (se ríe), claro. Sería milagroso que yo esté exento
de la comisión de estupideces.
¿Cuánto influye la televisión en la estupidización de las
personas?
Bueno, yo creo que influye muchísimo y va a seguir influyendo
porque no se tomó en cuenta una observación certera del gran filósofo
existencialista francés Jean Paul Sartre, cuando dijo que el gran peligro de la
estupidez es que es opresiva. Y entonces es un arma que tiene el sistema para
hacer que la gente no piense, no delibere ni se cuestione. Al establishment le
interesa mucho mantener ese estado de cosas. Y ahora, con el avance de la tecnología,
y con el incremento de prótesis, no veo que esto sea reversible.
¿Los pésimos contenidos de la televisión no son responsabilidad
también de la teleaudiencia, que se hace adicta a ellos?
Claro. Ese es un ida y vuelta. Por eso es tan peligroso. Y ese
no es un fenómeno nuestro. Y lo que sí es evidente es que usted no podría
comparar la televisión actual con la de hace 15 años, y tampoco podría
compararla con la de sus inicios, fines de los 50 o inicios de los 60. Yo
recuerdo que en la televisión de esa época había un programa los domingos que
se llamaba La Universidad del Aire. Invitaban al doctor Francisco Miró Quesada
Cantuarias a dar una charla, al doctor Augusto Salazar Bondy a hablar de
filosofía. Eso sería inconcebible ahora.
Usted mencionaba esta condición protética que tienen los
hombres…
Ahora más que nunca…
Claro, vivimos pendientes de la interconexión. Y usted dice que
estos estímulos reducen nuestra capacidad de concentración, lo que hace que no
leamos….
No solo que no leamos. Con el paso de los años, y en muy corto
tiempo, el hombre tiene una interioridad cada vez menor, un mundo interior muy
reducido. No hay, para utilizar un lindo neologismo, una dentrura.
Lo que no entiendo es, en este escenario tan desfavorable, en el
que nadie lee, que hay una escasa capacidad de concentración, ¿por qué
escribir? ¿Por qué escribe usted?
Vea, yo no creo que yo pueda influir en absoluto, yo no escribo
para los demás. Yo he reunido a través de los años una serie de textos, he
desenvuelto algunos temas, y supuse que alguien podía interesarse por los temas
que a mí me interesaban, a los que dediqué mucho tiempo. Yo no pretendo
corregir puntos de vista o hacer que la gente entienda la situación en la que
se encuentra. Mire, yo soy un caso singular, a mí no me gusta hablar de mí,
pero en este caso lo voy a hacer. Mi madre me decía que yo nunca debía decir:
“De esta agua no beberé, o esta puerta no tocaré”. Me decía eso, porque en esa
época yo no tocaba ninguna puerta, no solicitaba nada, pero venían. Por ejemplo,
yo me presenté por primera vez en la televisión, cuando estaba en canal 11 don
Augusto Belmont Bar, en los comienzos de la década del 70. Me dije: “Yo no
conozco a nadie, pero creo que se puede hacer un programa cultural”. Mi padre
me respondía una cosa de sentido común: “Anda. Qué puedes perder. Lo peor que
puede pasar es que te digan que no”. Y entonces fui. Sometí a la consideración
el programa cultural y a la semana me dijeron que vuelva, que lo podía hacer.
Fue la única vez que toqué una puerta. Por eso mi madre se preocupaba. “Estás
esperando que te llamen, quién eres tú”, me decía. Y efectivamente yo no era
nadie.
Ahora, hacer un programa de televisión en el que usted hace de
difusor de la cultura, ¿no termina siendo algo elitista?
Ah, sí, definitivamente. Yo creo mucho en la intelligentsia, en
la élite intelectual, en la clase pensante.
¿La cultura nunca va a ser popular?
No, jamás, felizmente. Cómo sería popular la cultura.
Alguna vez le preguntaron si usted era misántropo y usted respondió
que sí, como lo fue Manuel González Prada. ¿Sigue pensando así? ¿Tan detestable
es la condición humana? ¿Tan poca cosa somos todos?
Sí. Y mencioné lo de González Prada porque ese es un punto que
no ha sido desarrollado. Yo se lo comentaba al doctor (Luis Alberto) Sánchez,
que es el que más conocía a Prada. Y esta misantropía en Prada, que era muy
radical, basta ver sus poemas, está mezclada, cosa curiosa, con un gran cariño
por los animales.
¿Cuántas horas puede soportar usted a un ser humano?
Bueno, ya lo he dicho. Yo tengo un trabajo que se titula:
“Cuántas horas diarias es soportable un ser humano”. Según la mayoría de
autores, lo máximo, en una situación presencial, son cuatro horas.
¿Le ha pasado alguna vez eso, que se le ha hecho insoportable estar
rodeado de gente y ha tenido que marcharse?
Ahora más. Yo creo que con la vejez eso pasa más. Si usted
revisa el diario de (Julio Ramón) Ribeyro: La Tentación del fracaso, él dice:
“Yo puedo soportar a la gente máximo tres horas, después embrutezco”.
Si usted no puede soportar a la multitud, no entiendo cómo hizo
para acudir a la presentación de su último libro, Poliantea, en la Feria del
Libro, que es un lugar concurrido.
Yo hice un esfuerzo enorme porque en la universidad (Garcilaso
de la Vega) se portaron muy bien, yo anteriormente nunca había ido a ninguna
presentación. A mí no me gustan esas reuniones, me siento incómodo. Mire,
cuando yo diálogo con alguien, una condición esencial es que la persona me
conozca, no para que me hagan preguntas que están previstas, sino para que no
me ponga a la defensiva. De lo contrario la cosa se pone tensa. Por eso
prefiero no dar entrevistas.
Hace unas semanas se aprobó una norma que disponía que salieran
de las universidades los catedráticos de más de 70 años. Usted contó alguna vez
que los famosos matemáticos del club Bourbaki solo permitían a miembros de
menos de 50 años…
Pero eso era para la matemática. En general, todas las grandes
obras, en todos los órdenes de la existencia, se han hecho antes de los 50 años.
O incluso antes de los 40…
Sí, por eso es una tontería que la gente lamente que Mozart
muriera tan joven. Mozart no hubiera podido hacer nada mejor de lo que ya había
hecho. Lo mismo Valdelomar o Mariátegui. No hubieran sido mejores.
Usted, sin embargo, tiene 76 años, y sigue como difusor de la
cultura.
Pero no tengo lo que yo tenía en la década del 70, esa
intensidad que me hacía comprar libros a cada rato. Eso no podría volver a
hacerlo.
¿Cuántos libros podía leer mensualmente en los 70?
En los 70, yo podía comprar dos libros diariamente. Era una
apetencia muy fuerte. Ahora eso se ha perdido.
¿Alguna vez lo han acusado de machista, de misógino?
Bueno, acá voy a repetir una frase que dijo en su momento el
gran historiador Pablo Macera: “Yo prefiero guardar con mis paisanos una
relación de mutua prescindencia”. Creo que Macera tenía razón.
Yo apuntaba solo a su relación con las mujeres. He visto que en
las cosas que escribe siempre destaca que las mujeres tienen menos capacidad
que los hombres en varias actividades: la poesía, el humorismo, el boxeo.
Eso es un hecho. Yo no he descubierto nada. En la poesía, por
ejemplo. En la antología (poética) de González Vigil, la desproporción es
enorme. Pero en la antología de Escobar es mayor. Creo que de sesenta y tantos
poetas reunidos, creo que cuatro son mujeres.
¿De cuándo es esa antología?
Del 74 o 73, me parece.
¿Por qué se dedicó durante 15 años a estudiar sobre obscenidad y
pornografía? ¿Cuál fue su interés?
Bueno, yo creo que lo primero que pude comprobar, desde hace
muchísimo tiempo, fue el interdicto sobre lo sexual y las consecuencias que
ello ocasionaba en la gente joven, yo estaba en el colegio y no tenía ideas
claras ni distintas al respecto. Pero era un interdicto que empezó a
cuestionarse cuando llegó la década de los 60 y continuó en los 70. Lo que
quise hacer fue el esclarecimiento de la problemática sexual.
¿Empezó a estudiar esto cuando era adolescente?
Sí. Yo lamento no haber conservado unos escritos de esa época,
seguramente eran estupideces, pero ya no los tengo. Luego continué. En los 70
era la única voz que hablaba del tema, saqué una revista, tuve problemas
legales, confiscaron la revista, me metieron en la cárcel.
¿Lo acusaban de pornógrafo?
¡Claro! Esa era la manera en la que se tenía antes. Antes, al
cuestionador del orden establecido, o lo metían en la cárcel, o lo tildaban de
loco, y lo metían en el manicomio. Eso era antes. Ahora le hacen algo peor.
Ahora lo incorporan al orden establecido.
Usted dice en otro de sus libros: "El problema no es la
pornografía sino la abismal miseria sexual humana".
Sí. Y ahora más.
¿Sí? ¿Con tanta apertura, con tanta información?
Sí, pero hay menos potencia. Qué hace usted con tanta apertura
si hay menos potencia. El éxito de la vida sexual depende de la potencia, y la
potencia depende de la salud. La Organización Mundial de la Salud ha declarado
hace un par de años que hay un aumento general de todas las enfermedades, tanto
orgánicas como mentales. Si hay ese aumento, qué salud puede haber desde el
punto de vista sexual. Ahora ya no se podrían duplicar ni remotamente los
niveles de eficiencia sexual que revelaban los informes Kinsey, del año 48. Ya
no hay personajes como el abogadito que tenía 30 coitos semanales durante 30
años. Eso ya no se da. Y esa es una cuestión de salud.
En Miscelánea humanística (2010), otro de sus libros, enumera
una serie de escritos de novelistas y periodistas que se han referido al jirón
Huatica, ese viejo rincón prostibulario de Lima. ¿Le tomó mucho tiempo reunir
esa colección de escritos?
Rápido no fue. Esa fue una labor que también vine haciendo desde
los 60. Me tomó bastante tiempo.
¿Usted es un nostálgico de Huatica, porque también incluye sus
memorias en su libro?
Mire, eso es como si me preguntara si yo soy un nostálgico de mi
adolescencia. Yo no rescataría eso. Es un recuerdo significativo de lo que era
entonces la adolescencia. Pero ahora ya no es así.
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