viernes, 17 de julio de 2015

CUATRO AÑOS DE HUMALA

A PESAR QUE RESTA AÚN, UN AÑO COMPLETO DE GOBIERNO DE OLLANTA HUMALA, POR TODOS LADOS APARECEN SIGNOS DE UN AGOTAMIENTO FINAL.
 Esta aceleración de los tiempos motiva este balance adelantado.
Pudo ser un reformador en un país afectado de inmovilismo, aunque solo fuera uno moderado, distante del que prometiera grandes cambios en el 2006 y más adaptado a los parámetros de la llamada Hoja de Ruta.
Pero ni eso llegó a ser. Las condiciones internacionales, con la reciente victoria de Correa y Morales y el engrosamiento de la corriente de gobiernos progresistas en América Latina, aseguraban un contexto internacional favorable y que no habría aislamiento como el que soportaron otros procesos.
Internamente habían reservas suficientes para resistir la presión de los grupos de poder económico que amenazaban con retirar sus capitales, y que en las condiciones de 2012 y 2013, no se hubieran retraído por mucho tiempo. Así que el cuento de que le subieron el dólar y le movieron la bolsa y lo asustaron, no tiene mucho asidero, salvo en el sentido que ya en ese momento Humala se había quedado solo por su propia decisión y actuaba en el sentido del viento.
En la noche de su juramentación, cuando toda la elite de la sociedad peruana cumplía con el ritual de esperar su turno para dar la mano al presidente, y los que habíamos sido sus amigos de campaña en los años y meses anteriores nos sumábamos a la cola, Humala y Nadine abandonaban Palacio por la otra puerta para reunirse con la gente de base que llenaba la Plaza de Armas.
Fue su último acto de espontaneidad política. A partir de allí, los únicos encuentros del presidente con el pueblo fueron las convocatorias oficiales en distritos pobres para iniciar o reforzar algunos de sus programas sociales más emblemáticos, pero todo rodeado de filo tecnocrático y de discursos paternalistas sin efectos de movilización.
Los conflictos sociales que Humala sabía que estaban latentes y con los que se había solidarizado en camino de las elecciones, se convirtieron en un rompecabezas para el gobernante que no quería pelearse con la inversión ni hacer sentir la autoridad del Estado. En Conga como en oros lugares que le siguieron en la protesta, Humala derivó al recurso represivo y rompió violentamente con antiguos aliados, lo mismo que se repetiría en el 2015, en Tía María, en la provincia de Islay en Arequipa.
¿Por qué ocurrió todo esto?, ¿cómo se reconvirtió Humala a las ideas contra las que combatió tantos años y que parecían un patrimonio de familia?, ¿creyó acaso que los dueños del poder le abrirían  los brazos y lo asimilarían como alguien de los suyos?, ¿pensó alguna vez seriamente que podría recuperar el espacio que iba entregando a la derecha?, ¿no se imaginó el final de gobierno que le esperaba, a cuenta de los mismos a los que sirvió durante los primeros años?
Para intentar una explicación de lo que pasó entre la elección en segunda vuelta de Ollanta Humala y el nombramiento de Casilla en la conducción del MEF y la ratificación de Velarde en el BCR, y la caída del gabinete Lerner en diciembre de 2011, hay diversas reflexiones:
 (a) qué todo fue un engaño y que Humala se hizo elegir por la izquierda cuando su plan era llegar al poder y aliarse con la derecha, y allá los que nos creímos tamaño embuste;
 (b) que Humala se acobardó a la presión de la Confiep en representación de los grandes grupos económicos, de los poderosos medios de comunicación encabezados por El Comercio y de la tecnocracia del Estado que le pintaba opciones sobre el futuro, lo que lo habría llevado a abandonar sus viejos aliado y a aceptar unirse a sus enemigos;
 (c) que Humala nunca confió en nadie y que se valió de los viejos nacionalistas para dejarlos luego en el camino, de la izquierda que también fue echada como lastre y de la derecha con la que está terminando en una gran pelea;
Todas estas son hipótesis difíciles de tomar como una totalidad: la teoría del engaño se debilita si se asume que hubo un real enfrenamiento de Humala con la derecha, en la fase electoral que duró casi seis años, y en la que el afán real fue destruir al que se veía como un peligro para el sistema. Mantener una mentira como la que se dice es imposible y es casi acusar de ingenuidad a ocho millones de votantes.
De donde sigue la segunda teoría de la captura de Ollanta por los grupos de poder y su doblegamiento ante ellos, que tiene elementos evidentes pero que no encaja totalmente con los palos que soportó durante tiempo largo de los mismos con los que se acerca al llegar al gobierno y ahora están a punto de echarlo a un lado como algo que ya no les sirve.
Finalmente, la tesis de la soberbia y el utilitarismo de los aliados es casi obvia, pero explicaría muy poco si no se liga a las de los engaños y de las debilidades del presidente ante los poderosos, que indican que si bien soportó la avalancha de la derecha como candidato, no lo pudo hacer cuando tenía mucho más que perder como gobernante.
Aquí hay que convenir que es el sistema político, que permite ficciones de partido para ganar las elecciones y no somete a los presidentes a ningún tipo de control de parte de su partido de origen y sus electores, lo que permite que se traicione brutalmente el sentido del voto y no le pase nada al que lo hace.
Humala ha podido creer hasta hace muy poco que su gobierno era cuando menos de regular para arriba, cuando podía mantener las tasas de crecimiento, celebrar cifras de descenso de la pobreza y jactarse del funcionamiento de sus programas sociales. En el 2014, esa ilusión cayó por los suelos y se convirtió en el gobierno del final del falso “milagro peruano” (crecimiento por aumento de volúmenes y precios de las exportaciones de materias primas), en el que rebrota la pobreza por ausencia de cambios estructurales y en el que los mismos programas sociales manejados tecnocráticamente empiezan a mostrar sus enormes fallas.   
Pero lo peor es que el gobierno ha sido acorralado por denuncias y escándalos de diverso calibre que han permitido que sus nuevos adversarios, que se preparan para reemplazarlo en el poder, le coloquen el cartel de la corrupción. De esta manera el gobierno que pudo ser distinto, que pudo hacer reformas y abrir caminos nuevos, está llegando al final como sus antecesores, sin éxitos reales y con un pasivo de credibilidad que hace a la gente decir que todos los políticos son iguales.
Y basta ver lo que dicen las encuestas sobre preferencias para el 2016, para tener una idea de que lo que viene  después de Humala puede ser peor, sino ocurren hechos extraordinarios que en el Perú siempre son posibles.
 Publicadas por Raúl Wiener 

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