EL BOTONERO DE LA CALLE 6 DE AGOSTO
Víctor Enrique Caso Lay, en su condición de contralor general de la República, desde el 28 de junio de 1993 al 28 de junio de 2000, no efectuó acciones de control y fiscalización al Servicio de Inteligencia Nacional, sobre el enriquecimiento ilícito de Vladimiro Montesinos, ni impuso ni aprobó los planes anuales de control para la fiscalización del presupuesto del SIN, favoreciendo de esta forma los actos de corrupción en dicha institución (DIARIO16).
Víctor Caso Lay tenía una vida discreta en El Salvador. Durante casi trece años evadió a las autoridades. Estaba acusado de corrupción, tenía una remuneración y pagaba impuestos. Durante el régimen aprista ocurrieron hechos extraños que lo beneficiaron y que, incluso, lo salvaron cuando estuvo a punto de ser capturado (VELA VERDE)
Por Raül Wiener (DIARIO LA PRIMERA)
Antes de ser propuesto por su amigo Santiago Fujimori, ante su hermano Alberto Kenyo, que a su vez lo presentaría ante el Congreso para hacerse cargo de la Contraloría General durante siete años, Víctor Enrique Caso Lay era un pacífico vendedor de botones en una de las antiguas calles del centro de Lima. Cuando, la oposición de la época denunció que el propuesto no tenía experiencia que lo sustentara para un cargo de esta trascendencia, Martha Chávez dijo que había que darle oportunidad de aprender y de recoger su experiencia en la empresa privada.
Instalado en el edificio de la Contraloría en la avenida 6 de
agosto en Jesús María, Caso Lay nombró como Subcontralor Adjunto al Ing. Juan
Carlos Migone Guzmán; como secretario general al abogado José Manuel Dulanto
D´Carroll; como jefe de la oficina jurídica al abogado Juan Carlos Morón
Urbina; y como director de administración al contador Andrés Casildo Mariños;
todos los cuales figuraron en la investigación del año 2001, cuando el
excontralor de Fujimori usó en su descargo el hecho de que estos funcionarios
fueran los que visaban con carácter retroactivo los gastos de las Fuerzas
Armadas y el SIN, sin revisarlos y menos cuestionarlos, en lo que se suponía un
mecanismo de regularización.
Durante sus testimonios ante la Comisión de Alto Nivel, el
abogado Morón, actualmente miembro del Estudio Echecopar, contaba que las veces
en que quiso negarse a visar lo que consideraba demasiado problemático, Caso Lay
lo emplazó teniendo al lado a jefes militares a los que les indicaba que ese
era “el señor que estaba oponiéndose”. Morón además relata que cuando se negó
firmemente a firmar, ocurrió que en la mañana siguiente manejando muy temprano
en dirección a la Contraloría, una bomba lacrimógena estalló sobre el
parabrisas de su automóvil haciéndole perder el control. Más tarde encontró una
nota sobre su escritorio que le indicaba que ojalá hubiese entendido el
mensaje. Nunca más se negó a la orden superior.
El director de administración, Casildo, ya fallecido, dio otra
explicación para la insólita circunstancia de que un funcionario de gestión
interna de la institución, apareciera en los visados de gastos militares,
indicando que su situación laboral en todos esos años fue sumamente precaria:
“me renovaban el contrato cada mes y me presionaban con la amenaza de despido”.
Caso Lay no se presentó a la Comisión de Alto Nivel y mandó
varios mensajes para intentar una negociación. Ante los comisionados se
identificó entonces como su apoderado, el ingeniero Paco Toledo Llallico,
funcionario de la Contraloría, que quiso declarar por él. La pretensión no fue
aceptada. Caso Lay salió del país poco después. Paco Toledo es actualmente
Gerente Central de Calidad de la Contraloría y al parecer encabeza una red de
funcionarios fujimoristas que bloquean cualquier esfuerzo anticorrupción que
pudiera poner en evidencia el papel que han venido jugando a través del tiempo.
Para llegar a las primeras conclusiones sobre lo que había sido
la Contraloría fujimontesinista, los comisionados del gobierno transitorio de
Paniagua, tuvieron que abrir las puertas del quinto piso del edificio de 6 de
agosto, que permanecía cerrado con varios candados y sobre el cual, la
contralora saliente, Carmen Higaona, recibió una hoja en blanco que intentó
transferir a su sucesor que no lo aceptó. El encargado de las llaves de ese
piso era el jefe de Control Interno de la Contraloría, que nunca había pisado
el interior, y que también se negó a abrírsela a la Comisión de Alto Nivel,
entregándoles las llaves, bajo su responsabilidad. Nótese que era la época de
Paniagua, pero los fantasmas de Fujimori y Montesinos seguían rondando por los
pasillos de la institución.
En el quinto piso
había una interminable cantidad de anaqueles cubiertos de un gran número de
archivadores con documentos de las Fuerzas Armadas y el SIN. Eran los
documentos “justificatorios” de todo gasto, calificados con la mayor soltura
como “secretos” para exceptuarlos de publicidad y control. Los visados de
Contraloría eran de fecha posterior al gasto, o sea primero se usaba el dinero
y luego se le autorizaba, y no había ninguna revisión sobre la calidad y
cantidad de lo gastado, ya que los encargados de los visados lo hacían por
orden superior sin revisar los papeles. Ese era el mundo del fujimorismo,
funcionarios acobardados, archivos bajo candado, un botonero en la Contraloría.
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