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Informativo Virtual Nº 5171
En las últimas dos décadas, la corrupción política se ha
generalizado en el Perú. Los políticos usan en su provecho personal, económico
o social, el poder del Estado que detentan por elección supuestamente
democrática o por nombramiento de alguna autoridad estatal de grado superior.
Ejemplos de esta afirmación pueden ser encontrados en todos los gobiernos del
pasado reciente del país, en especial durante los regímenes de García Pérez y
Fujimori. Además del anterior par de nombres, baste recordar los apellidos
Montesinos y del Castillo Gálvez para proporcionar muestras de la
generalización de la corrupción en ambas administraciones.
Cuando se hace la pregunta qué tienen en común García Pérez, Del
Castillo, Fujimori y Montesinos, el peruano promedio contestará que los cuatro
son ladrones descarados, políticos corruptos carentes de vergüenza, que
utilizaron su ascenso al gobierno para enriquecerse y llenarle los bolsillos a
una casta de allegados.
er en los altos mandos gubernativos autoridades putrefactas
trae consecuencias gravísimas. Una de ellas es la que podría denominarse el
“efecto demostración”. Si el presidente roba y no le pasa nada, ¿por qué no va
a robar el presidente del Consejo de Ministros? Si el premier es un ratero
intocable, ¿por qué se va a comportar de manera diferente el ministro, el
viceministro, los directores y subdirectores? Si las autoridades gubernamentales
están corrompidas, ¿por qué no se van a enviciar los parlamentarios, el Poder
Judicial, los militares y la policía? Y si todos ellos entran al cuento, ¿por
qué no se van a pervertir los empresarios, los dueños de periódicos, los
periodistas, los dueños de encuestadoras y, proyectándonos, la sociedad en su
conjunto, el país?
¿Cuál es el origen de la corrupción en el Perú? Sin duda, pueden
proporcionarse diversas hipótesis. Nuevamente, podemos pedir la ayuda del
peruano promedio. Interroguemos al hombre de la calle sobre qué otra
característica, además de ser rateros, tienen en común García Pérez, Del
Castillo, Fujimori y Montesinos. Se nos responderá que durante su gestión los
cuatro favorecieron al gran capital –extranjero y nativo–, que entregaron los
recursos naturales del país para beneficio de unos pocos, que promovieron la
explotación del cholo barato, en una palabra que permitieron la existencia de
un capitalismo salvaje basado en la expoliación de las mayorías y en el abuso
de nuestras riquezas.
Pensemos sobre la sugerente respuesta que hemos obtenido. De
acuerdo con ella, los políticos más corruptos del Perú contemporáneo, desde
Leguía, se han distinguido por ser políticos pro capitalistas. Parece una
contradicción, porque siempre se nos masajea con el cuento que el capitalismo
trae avances y mejoría social. La verdad es que los beneficios del sistema son
apropiados por una minoría de minorías, es decir el gran capital, los dueños de
las empresas y los altos funcionarios. Los de abajo sólo deben mirar qué bien
les va a los de arriba.
Pero no nos apartemos de la cuestión acerca del origen de la corrupción y reflexionemos sobre la intuición que nos ha transmitido el peruano común y corriente. Hay una gran verdad en ella. Existe una relación directa entre la existencia y el crecimiento del capitalismo y la existencia y crecimiento de la corrupción. No existe sistema económico que sea más corrupto que el capitalismo.
Pero no nos apartemos de la cuestión acerca del origen de la corrupción y reflexionemos sobre la intuición que nos ha transmitido el peruano común y corriente. Hay una gran verdad en ella. Existe una relación directa entre la existencia y el crecimiento del capitalismo y la existencia y crecimiento de la corrupción. No existe sistema económico que sea más corrupto que el capitalismo.
¿Por qué hacemos esta afirmación? Expliquémonos. En su esencia
funcional, el capitalismo está basado en un acto de corrupción, que es el robo
del trabajador por el capitalista. El capitalista no paga al obrero o al
empleado el íntegro de su aporte a la producción de la riqueza. Se queda con
una parte del esfuerzo de los trabajadores, porción sobre la que acrecienta su
capital original y de la que proviene también su elevado nivel de consumo. El
capitalismo asalta intrínsecamente a los trabajadores. Basarse en este hurto,
que es un acto de corrupción, es su condición de existencia y progreso.
La cosa no queda allí. Por diversas razones, el capitalista
cobra a los consumidores más de los que debería cargar por los productos que
vende. Observemos el caso de las compañías que venden software de computación,
que exigen decenas o centenas de dólares por programas cuyo costo marginal de
producción no pasa de uno o dos. Pensemos, sin ir más lejos, en cada uno de los
actos de Telefónica vinculados con los precios que cobra al consumidor y la
forma cómo lo hace. ¿Robo, no? En general, si el capitalista puede vender en
diez, lo que pudo haber vendido con utilidad en dos o tres, lo que se obtiene
es una ganancia extraordinaria y un capitalismo basado en el robo al
consumidor.
Finalmente, el capitalismo también roba a la sociedad en su
conjunto, representada por el Estado, institución de la que recibe concesiones
de riquezas naturales, permisos de operación en el territorio nacional y
protección militar, policial y legal. Por supuesto, a cambio, el capitalista
sólo aceptará pagar el mínimo posible de impuestos, a cuyo nivel pedirá que se
establezca un contrato de estabilidad tributaria.
Se obtiene así una primera conclusión: el capitalismo en el Perú
es, en esencia, un acto de corrupción. Está basado en el robo de los
trabajadores, en el hurto a los consumidores y en el escamoteo a la sociedad en
su conjunto. Dentro de la sociedad actual, el papel de los capitalistas es
asaltar al prójimo, de manera generalizada y sistemática, pero refinada. El
capitalismo es corrupto por naturaleza y la mejor manera que tiene para
desarrollarse en países marginales como el Perú es mantener y acrecentar la
corrupción.
Entonces, si el sistema económico sobre el que se basa la
sociedad es corrupto, existe una elevada probabilidad que la sociedad en su
conjunto y en sus demás facetas sea invadida por la corrupción. Puede entonces
replantearse la cadena de la corrupción que se mencionó al inicio de este
artículo. Si el gran empresario es un corrupto refinado, ¿por qué no lo va a
ser también su estudio de abogados? ¿O su oficina de ingenieros? ¿O su agencia
de turismo? Peor aún, si las grandes empresas roban en grande –baste recordar a
las mineras y sus sobreutilidades–, las medianas y las pequeñas robarán a su
nivel y en cuanta ocasión puedan.
Ante la realidad de las formas corruptas cómo funciona el
capitalismo, los políticos deducen que si el sistema económico promueve la
corrupción, si los empresarios son corruptos refinados y se llevan la riqueza
en paila, ¿por qué nosotros, los gobernantes, que aseguramos a los empresarios
una atmósfera propicia para sus negocios, no vamos a hacer lo mismo? Es
cuestión de dividirnos el “mercado” de la corrupción. García y Del Castillo
piensan para sus adentros: “Dejemos que los empresarios se llenen los bolsillos
con negocios en el área de la economía; nosotros, los políticos, nos llenaremos
los bolsillos con negocios que provienen de actos políticos, como contratos de
concesión de recursos naturales, compras del Estado, consultorías,
adquisiciones de servicios, etc.”
El sistema capitalista de corrupción funciona a las mil
maravillas. Yanacocha roba el oro peruano. Para sus adentros, Alan piensa: si
Roque roba, ¿por qué yo no voy a robar con mis “conferencias”, con patrulleros
chinos, computadoras, u hospitales? Del Castillo roba con Canaán, Castañeda
roba con Comunicore, los medios de comunicación y las encuestadoras roban
imbecilizando a sus lectores, oyentes o televidentes.
El secreto que tienen para robar los políticos de las clases
gobernantes se encuentra en permitir que las clases dominantes del sistema
roben, que a cada gran empresario le caiga algo, que ninguno denuncie el
sistema, que todos estén contentos, que nadie se salga de las reglas, que cada
miembro de las clases dominantes esté bien aceitado. García roba mientras Roque
pueda robar. García puede robar mientras Roque robe. García y Roque roban
porque los miembros del Poder Judicial roban y, por ello, los dejan robar; los
generales y almirantes también lo hacen. Todos para uno y uno para todos. Hoy
por ti y hoy por mí.
Cuando discutamos la corrupción política en el Perú, recordemos
que ella nace de un sistema económico deshonesto por naturaleza. La
descomposición política que se observa en nuestro país se origina en un
capitalismo delincuencial, vicioso y abusivo, que sustrae de los bolsillos de
los trabajadores, los consumidores y el Estado, eso sí, manteniendo las
apariencias formales de legalidad.
¿Queremos combatir la corrupción? No es casualidad que los
políticos corruptos sean simultáneamente apañadores del gran capitalismo. Si
aspiramos combatir a la corrupción, comencemos combatiendo el capitalismo del
que proviene la corrupción. De esa manera también distinguiremos al verdadero
luchador contra la putrefacción, que es aquel que denuncia y enfrenta al
capitalismo corruptor.
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