POEMA EN PROSA QUE JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI DEDICÓ A SU ESPOSA.
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José Carlos Mariátegui con su esposa Anna Chiappe y con tres de
sus hijos: Sandro, José Carlos y Sigfried. Aun no había nacido el menor,
Javier.
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Puede usarse libremente bajo licencia CC
mencionando en los créditos "Archivo José Carlos Maríategui, Lima, Peru (www.mariategui.org)"
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A continuación adjuntamos la nota publicada
por Diario UNO
LA VIDA QUE ME DISTE
Por Cesar Lévano Diario
UNO el febrero 15, 2017
Numerosos lectores nos han pedido transcribir íntegro el poema
en prosa que José Carlos Mariátegui dedicó a su esposa. No tenía a la mano el
texto. Pero el azar es amigo de los que buscan. Recordé que en una entrevista
que hice a Anna Chiappe, la amada del Amauta, incluía el poema. He aquí el
escrito mariateguiano acompañado de párrafos pertinentes entresacados del mismo
extenso diálogo publicado originalmente en Caretas 393, del 14 de abril de
1969:
“Renací en tu carne
cuatrocentista como la de la Primavera de Botticelli. Te elegí entre todas,
porque te sentí la más diversa y la más distante. Estabas en mi destino. Eras
el designio de Dios. Como un batel corsario, sin saberlo, buscaba para anclar
la rada más serena. Yo era el principio de muerte; tú eras el principio de
vida. Tuve el presentimiento de ti en la pintura ingenua del cuatrocientos.
Empecé a amarte antes de conocerte, en un cuadro primitivo. Tu salud y tu
gracia antigua esperaban mi tristeza de sudamericano pálido y cenceño. Tus
rurales colores de doncella de Siena fueron mi primera fiesta. Y tu posesión
tónica, bajo el cielo latino, enredó en mi alma una serpentina de alegría.
“Por ti, mi ensangrentado
camino tiene tres auroras. Y ahora que estás un poco marchita, un poco pálida,
sin tus antiguos colores de Madonna toscana, siento que la vida que te falta es
la vida que me diste”.
Artemio Ocaña, el veterano escultor peruano que compartió muy de
cerca la experiencia italiana de Mariátegui, recuerda que, de repente, tras
viajar a Florencia, éste desapareció. Cuando volvió, ya estaba casado.
“Mariátegui se alejó de
sus amigos”, comenta doña Anna. Ellos decían después: “¡Con razón había
desaparecido!”.
En esa estación con su amada en Florencia, tiene que haber sido
supremamente feliz. Entre el mar y los viñedos de la costa liguria, bajo las
soleadas colinas toscanas cubiertas de olivos, ante la obra de los florentinos
venerados (Dante, Machiavello, Bocaccio, Leonardo de Vinci, Miguel Ángel,
Botticelli), su genio maduraba hacia aquel equilibrio de vida interior y
naturaleza, de sensibilidad y mundo social, que iban a distinguirlo en la vida
y en el libro. Florencia, urbe y democracia antigua, lógica y belleza,
vitalidad y gracia. Una experiencia que fue una corona de laureles sobre su
frente.
“No era de carácter
melancólico. Ni cuando estaba enfermo”. Así nos dice doña Anna. Hay una gran
sonrisa en su evocación. Y uno se ratifica en la convicción de que sólo un
hombre feliz pueda luchar plenamente por la felicidad de los otros.
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