“CODECI” LE RINDE HOMENAJE AL HISTORIADOR Y DIPLOMÁTICO DOCTOR RAÚL PORRAS BARRENECHEA
Hoy 27 de setiembre, LA COORDINADORA DE DEFENSORÍA CIUDADANA LIMA NORTE “CODECI”, vía red virtual, le rinde homenaje al historiador y diplomático doctor Raúl Porras Barrenechea al cumplirse un año más de su partida.El 23 de agosto de 1960, en la séptima reunión de cancilleres de la OEA, ofreció un emotivo discurso, en defensa de la independencia y soberanía cubana, desobedeciendo al mandatario peruano. A su retorno a nuestro país, no fue recibido por un edecán del Gobierno en el aeropuerto, como correspondía. A los pocos días, presentó su renuncia. El 27 de septiembre de ese año, un infarto apagó su vida. El gobierno cubano envió una ofrenda floral, consciente de lo hecho por Porras en San José.
POR SU ALTO CONTENIDO REFLEXIVO ADJUNTAMOS A CONTINUACIÓN EL DISCURSO DE PORRAS BARRENECHEA
(23 de agosto de 1960 discurso ante la VII reunión de
Cancilleres.)
Señor Presidente, Señores Cancilleres:
En 1826, al reunirse en Panamá por convocatoria de Bolívar y de
la Cancillería Peruana, hecha desde Lima, dos días antes de la batalla de
Ayacucho, el 7 de diciembre de 1824, la primera Asamblea Anfictiónica de los
pueblos de América, decía el delegado peruano Vidaurre, con énfasis
americanista: "Hemos sido los primeros en concurrir al lugar destinado a
formar los eternos pactos de amistad y alianza entre todas las Américas".
He ahí prefijada, desde 1826, la vocación unitaria y
conciliadora del Perú en el ámbito americano. Ella arrancaba desde muy lejos y
tenía las más hondas raíces telúricas. En la behetría primitiva de América, los
Incas fueron los primeros en forjar una gran unidad política sobre la base del
respeto de la personalidad de los pueblos incorporados a su influjo
civilizador, desterrando la violencia y la fuerza, respetando las creencias y
los usos de los pueblos coaligados y llevando sus ídolos para colocarlos, en
señal de reverencia, en el Templo del Sol. De aquel remoto legado indígena, que
no logró borrar sino que acentuó y afirmó el humanismo español de teólogos y
juristas frente a la voluntad de poder de los conquistadores, brotó también la
vocación de paz y justicia y el sentido de equidad del pueblo peruano que hizo
realidad la utopía socialista de la igualdad económica entre los hombres y la
justa distribución de la riqueza, creando el topu, la medida igual de tierra
para todos los súbditos del Imperio y magnífico anticipo de las incipientes
reformas agrarias de nuestro tiempo.
El Perú, en el que ha predominado étnicamente la sangre indígena
aunada al espíritu ético de España, ha sido siempre en la historia un camino de
fraternidad y de armoniosa conciliación de contrarios. En su territorio,
situado en la encrucijada de todos los caminos de la América del Sur, se
conjugaron y fundieron las oleadas culturales de Aztecas, de Mayas y de
Chibchas y hasta el mítico e hirsuto primitivismo de caribes y arawaks. Lima
fue el centro del comercio y de la ilustración sudamericana, y, en la hora de la
emancipación, coincidieron en nuestro suelo las corrientes libertadoras del
Norte y del Sur para ganar en territorio peruano la batalla fraternal de
Ayacucho. Ese deber y ese destino telúrico fueron mantenidos por el Perú a
través de su evolución republicana. En un período de auge económico y de
predominio político sudamericano, el Perú eludió las soluciones de fuerza,
buscó la coordinación jurídica y la solidaridad de intereses y de ideales de la
América Latina. Convocó desde Lima al Congreso Americano de 1847 para afianzar
la independencia, resguardar la integridad territorial de nuestros pueblos,
repeler la invasión extranjera y uniformar los principios del derecho
internacional, de modo tal que la América toda crezca como una sola familia. El
Canciller peruano Paz Soldán, al instruir a su Plenipotenciario ante ese
Congreso le indicaba que debía procurar la formulación de tratados que
afianzasen la independencia, soberanía e instituciones de cada una de las
naciones americanas, "de manera que ningún poder extraño pueda atentar
impunemente contra intereses y objetos tan importantes de que depende la
existencia y bienestar de nuestras naciones".
El Perú convocó también a la Unión y Confederación Americana
ante los asomos de intervención extranjera en el siglo XIX, mientras dormían
los Monroes. Promovió la reunión de los pueblos del Pacífico para oponerse a la
expedición monarquista de Flores, apoyada por los albaceas de la Santa Alianza,
se opuso a las intervenciones en México y Santo Domingo, dio su apoyo pecuniario
a Costa Rica para rechazar la intervención filibustera de Walker y convocó a la
solidaridad defensiva contra los intentos de conquista española, a Chile,
Ecuador y Bolivia, en la Cuádruple Alianza del Pacífico que culminó
gloriosamente en el Callao el 2 de Mayo de 1866. Más tarde buscó la
coordinación jurídica en 1875, propuso la formación de un zollverein americano
y reunió un Congreso de Jurisconsultos en Lima en 1868.
Ello explica claramente -he dicho otra vez- la posición
internacional del Perú en nuestro siglo, su adhesión obstinada a las soluciones
de derecho y de paz, su acatamiento a los fallos internacionales, su fe en la
conciliación internacional, su cooperación a la Sociedad de las Naciones bajo
el signo wilsoniano y su contribución a la Carta de San Francisco y a la
defensa de los valores de la civilización humanista y cristiana dentro del
marco de las Naciones Unidas. El Perú ha declarado, por otra parte, en las
Naciones Unidas así como en las Conferencias de Cancilleres de Washington y Santiago,
su adhesión invariable al principio de no intervención venga ésta de donde
viniere, su respeto a la personalidad del Estado como base del orden
internacional y a la libre determinación de los pueblos. Ha declarado,
asimismo, reiteradamente, que considera como base del sistema democrático la
promoción del desarrollo económico de nuestros pueblos, la elevación del nivel
de vida de los trabajadores latinoamericanos continuamente acechada por la
agresión económica que significa la política de cuotas y subsidios y la
instauración de un nuevo inter americanismo contrario a todas las formas de
explotación que promueva el mayor adelanto industrial y el amplio disfrute, por
parte de nuestros pueblos, de sus riquezas naturales.
Estos hechos marcan una trayectoria y una conducta a la que se
ciñó el pedido de convocatoria de una Reunión de Consulta de los Cancilleres
Americanos hecha por el Perú "para considerar, según lo dijo la propuesta
de 12 de julio último, las exigencias de la solidaridad continental, de la
defensa del sistema regional y de los principios democráticos americanos ante
las amenazas externas que puedan afectarlos". Formulada en términos de
absoluta neutralidad y propósito de conciliación, ella no contuvo índice alguno
de acusación contra nadie y tendió, como lo declaré a raíz de la presentación
ante la 0EA, a promover todo lo que une y no lo que separa. Recogía sin saberlo
la explicación cimera que Martí dio a la unidad americana cuando expresó que
"La América ha de promover todo lo que acerque a los pueblos y de abominar
todo lo que los aparte". En esto como en todos los problemas humanos, dijo
el héroe y poeta cubano, el último de nuestros libertadores, el porvenir es el
de la paz.
La situación internacional justificaba nuestra propuesta. Pese a
los acuerdos y resoluciones aprobados en agosto de 1959, por la Quinta Reunión
de Consulta de Santiago, la tensión existente en la zona del Caribe lejos de
mejorar había empeorado por obra de múltiples y complejos factores, no sólo
políticos sino económicos, particularmente por el desequilibrio entre las
premiosas necesidades de nuestros pueblos y la escasez de recursos para
satisfacerlas. El peor elemento de inseguridad en el Caribe era, sin duda, la
política de extorsión del Gobierno de Santo Domingo, violatoria de los derechos
humanos, y sus actos de intervención y agresión contra los gobiernos
democráticos, particularmente contra el de Venezuela. Esa conducta acaba de ser
enjuiciada por la Sexta Reunión de Consulta con tanta energía que nuestro sistema
regional se ha robustecido y prestigiado con esto. El panorama cargado de
sombras se empeoró progresivamente por las tensiones surgidas entre Cuba y los
Estados Unidos, por las represalias adoptadas por una y otra parte y las
amenazas de ruptura del sistema interamericano agravadas por la intromisión del
Primer Ministro del gobierno soviético, cuyo objetivo evidente era el de atizar
la discordia en el Caribe, desquiciar el sistema continental e impulsar la
penetración soviética en el medio propicio de los países americanos
subdesarrollados.
La doctrina y la praxis del inter americanismo están basadas,
desde el Congreso de Panamá, en el mantenimiento del principio de no
intervención y en la defensa del sistema democrático. La anacrónica doctrina de
Monroe, que tuvo como finalidad impedir la intervención europea en América, que
cumplió una función defensiva en algunos casos y se arrogó prerrogativas de
tutela moral, ha sido sustituida por pactos multilaterales como los enderezados
en la actualidad a impedir cualquier intervención extra continental, pero,
sobre todo, a desarrollar nuestras propias instituciones y disfrutar de nuestra
independencia.
El sistema Interamericano ha significado un esfuerzo secular
para constituir un sistema jurídico propio, distinto del de Europa y otros
continentes, libremente aceptado por todos sobre la base de la integridad y de
la independencia de nuestros Estados. No obstante las diferencias étnicas y
psicológicas entre los Estados Unidos y la América Latina, han logrado formularse,
favorecidas por razones geográficas, normas y aspiraciones comunes. Si Europa,
tensa de rivalidades, de credos y de castas, fue siempre, según Jaspers, el
continente de la lucha y de la guerra, en América se han favorecido en todo
momento las fuerzas de integración de sus diversos elementos étnicos, buscando
en los principios del derecho y no en la fuerza el lazo de una permanente
solidaridad política. América Latina, distinta fundamentalmente de los Estados
Unidos por su individualismo exagerado, su idealismo tenaz, su entusiasmo por
las ideas puras y los dogmas políticos, la indisciplina de su vida política, su
culto de las ideas de humanidad e igualdad, ha erigido particularmente como
norma de su vida internacional la proscripción de la fuerza y la exclusión de
los elementos perturbadores del orden y las doctrinas disociadoras de otras
partes del mundo, que chocan, como dijo Sáenz Peña, con la fecundidad del suelo
americano y con los sentimientos de clemencia y generosidad propios de nuestra
raza. De estas inclinaciones pacíficas y solidarias han surgido los postulados,
que se han impuesto en las Conferencias Panamericanas, de exclusión de toda
hegemonía política, de defensa de la paz y de las soluciones pacíficas de las
controversias internacionales, de respeto de los derechos fundamentales de la
persona humana, de culto de la armonía y de la tolerancia, de instituciones
como el asilo que proscribe la persecución y la venganza y que han dado lugar,
como dijo García Calderón, a una confederación moral sin pactos escritos y sin
rudas sanciones. América Latina ha llevado sus ideales y los ha fusionado con
los ideales de orden y de libertad propios de la tradición puritana de los
Estados Unidos, de Washington, Jefferson y Hamilton. De ellas ha brotado la esencia
del inter americanismo.
Han coincidido fundamentalmente los Estados Unidos y la América
Latina en la defensa del principio de no intervención propugnado a la vez por
Monroe y por Bolívar. Ellos han revivido en los convenios de Río de Janeiro, de
Buenos Aires, de Lima y de Bogotá. En la Declaración de Solidaridad y
Cooperación Americana aprobada en la Conferencia de la Consolidación de la Paz,
en Buenos Aires el año 1936, las 21 repúblicas se obligaron a sostener el
principio de "democracia solidaria en América", conforme al cual los
actos susceptibles de perturbar la paz afectan a todas y cada una de ellas.
Estos principios han sido reiterados por los artículos 24 y 25 de la Carta de
la OEA y por sucesivos pactos de seguridad colectiva, tales como el Tratado de
Asistencia Recíproca de Río y la Declaración 32 de la Conferencia
Interamericana de Bogotá que condena "la injerencia en la vida pública del
continente americano de cualquier potencia extranjera o de cualquiera
organización política que sirva intereses de una potencia extranjera, así como
los métodos de cualquier especie de totalitarismo".
La no intervención es pues, uno de los puntos claves del inter americanismo.
Es una sólida doctrina multilateral proclamada y sustentada por todas las
repúblicas americanas, reafirmada en la Declaración de Lima de 24 de diciembre
de 1938 que ordena el procedimiento de consulta para hacer efectiva la
solidaridad americana contra cualquier atentado a su soberanía e independencia.
El artículo 15 de la Carta de la OEA establece que ningún Estado o grupo de
Estados tiene derecho de intervenir, directa o indirectamente, ya sea cual
fuere el motivo, en los asuntos internos o externos de cualquier otro, y agrega
terminantemente que este principio excluye no solamente la fuerza armada, sino
también cualquier otra forma de injerencia o de dependencia atentatoria de la
personalidad del Estado y de los elementos políticos, económicos y culturales
que lo constituyen. Está claro, pues, que los convenios interamericanos
proscriben toda injerencia extraña extra continental en América y que ellos
vedan también toda forma de injerencia de un país americano en los asuntos
internos del otro. Este principio es el más seguro amparo de las pequeñas
naciones, la base más firme de la paz continental y el mejor recaudo de la
seguridad común. Pero debe entenderse que no admite interpretaciones parciales
y que no funciona en un sentido unilateral sino multilateralmente. Los pactos
americanos contrarios a las injerencias extracontinentales en asuntos americanos
no contradicen los principios de las NN.UU. y antes bien se integran con ellos
en la Carta de esta organización y en la de los Estados Americanos.
El caso de la Séptima Conferencia no es, sin embargo, un proceso
como el de la Sexta Conferencia que señale o incumba responsabilidad y
sanciones. El Perú ha propuesto una cita de conciliación y de fraternidad en la
que se refuerce la unidad americana, la solidaridad histórica de América Latina
y la conjugación de sus intereses con la democracia norteamericana ligada a
ella por factores geográficos irreversibles y comunidad de destino histórico.
Seguimos una pauta de mejoramiento social y económico que trate de encauzar
formas de vida más decorosas para los hombres de América en el campo económico
y social y tratamos de desviar las corrientes discordes que conspiran contra
las ideas de personalidad, unidad, estabilidad y autoridad que califican la
cultura de Occidente. Defendemos junto con el sistema regional un estilo de
vida y un sistema de valores que confíe en las fuerzas espirituales y destierre
de la vida colectiva los factores de envidia, de odio y de venganza. No debemos
dudar, en ningún momento, de los buenos propósitos tanto de Cuba como de los
Estados Unidos ni arrogarnos la función de dirimir una divergencia bilateral.
Entre Cuba y los EE. UU. han existido motivos de amistad y cooperación que han
derivado en beneficio de la cultura de ambos pueblos y en acicate de progreso.
Hay entre ellos, no obstante las divergencias surgidas y las mutuas inculpaciones,
puntos de aproximación y de coincidencia. Los Estados Unidos han declarado por
la voz del Secretario de Estado Hughes que ellos reconocen en América Latina
"el derecho a la revolución y que cada nación puede gobernarse a sí misma
según la forma que quiera y cambiarla a su arbitrio si es que cuenta para ello
con la voluntad popular". "El principio de hegemonía de uno o más
Estados americanos -proclamó el mismo estadista- debe ser descartado de una vez
para siempre del sistema internacional americano". Cuba, al rechazar las
afirmaciones oficiales de los Estados Unidos, ha asegurado también ante el
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que su posición es de amistad y
cooperación con todos los pueblos y que está dispuesta a convivir en paz y a incrementar
sus relaciones diplomáticas y económicas sobre bases de igualdad y respeto
mutuo con los Estados Unidos. Contrariando volanderas opiniones, Cuba ha
afirmado, por la voz de su Ministro de Relaciones Exteriores, que quiere
ajustarse a normas de derecho internacional y no a posiciones de fuerza, pero
que rechaza cualquier intento de intervención en sus asuntos internos y las
agresiones económicas. Debemos confiar por esto en las fórmulas de
entendimiento y en la influencia de los factores morales e históricos de unión
y solidaridad entre los pueblos de América. Sólo asociándonos todos los pueblos
del Continente podremos resistir las agresiones de fuera y mantener la
originalidad de nuestra cultura y de nuestras formas de vida. Yo no concibo ni
puedo imaginar que el pueblo cubano, el pueblo de Martí, de Heredia y de Casal,
de José Enrique Varona, en cuyos tiempos la isla tenía más maestros que
soldados, pueda aceptar ajenas tutelas espirituales para convertirse en
satélite de ninguna potencia. Debemos confiar en el pueblo de Cuba y debemos
procurar que manteniendo la inspiración que brota de la realidad económica
latinoamericana mantenga su íntima coherencia con nuestros pueblos a los que le
unen lazos irrenunciables de sangre y de espíritu, para hallar juntos medios de
conciliación amistosa como los que se obtuvieron entre México y los Estados
Unidos que reafirmaron la unidad americana. Estos medios pacíficos refluirán
enseguida en el mantenimiento del sistema interamericano, de nuevas estructuras
de paz que traspasen el ya trillado camino de la buena vecindad y consagren una
nueva armonía continental basada en la emancipación económica de nuestros
pueblos. La subsistencia de los sistemas regionales en la confusión de la hora
actual, urgida o ganada por el espíritu de lucro y de poder, por sentimientos
de declinación y catástrofe y de vagos mensajes mesiánicos, cargados de
ocultismo y gérmenes de discordia, debe reforzarse, no como factores egoístas
que tiendan a destacar disparidades sino como elementos constructivos para un
plan de coexistencia y armonía universal. Condenamos por esto toda intervención
en los asuntos hemisféricos de potencias extrañas que traten de imponernos
formas que no han surgido de nuestra propia evolución política y social y que representarían
pobreza de invención o dependencia intelectual y política de extraños y lejanos
tutores.
Reiteramos lo que hemos dicho otra vez. Vivimos según el
humanista europeo en tiempos difíciles en que no se puede hablar ni callar sin
peligro. América Latina vive las circunstancias dramáticas del subdesarrollo
económico. Los trabajadores de América Latina moran en condiciones infrahumanas
y reciben salarios seis veces inferiores a los de los grandes países
industrializados, La economía y el bienestar de nuestros pueblos dependen del
egoísmo y del monopolio de los grandes consorcios y monopolios mundiales y
deberían enfrentarse por una vasta política de promoción y desarrollo y no
resolverse con una simple mentalidad bancaria. Hemos formulado reiteradamente
nuestra demanda de ayuda financiera y de asistencia técnica, de crédito y de
libre comercio pero no de dádivas. Debemos afrontar en esta Conferencia y en la
próxima reunión de Bogotá, con voluntad unánime y vigorosa, la lucha a fondo
contra los males del subdesarrollo que minan la solidaridad continental.
Pero la base sustantiva de la democracia y de la solidaridad que
defiende el sistema Interamericano debe ser la libertad entendida como el
respeto fundamental a la personalidad y a la dignidad humana, a la tolerancia
como suprema virtud democrática, a la proscripción de toda estulticia o forma
de persecución de las ideas, ya que la democracia no puede defenderse sino con
armas democráticas que son las de la inteligencia y la razón.
Confiamos en que la revolución cubana que ha proclamado
principios que significan una honda transformación económica, la mejora de los
niveles de vida y una más justa distribución de la riqueza, no se desvíe de su
camino original y su destino americano que comparte la mayoría de nuestros
pueblos y gobiernos, y los Estados Unidos, que han declarado su voluntad de
servir a la paz y al bienestar de los pueblos americanos, hallen una fórmula de
entendimiento en que se realice el más amplio ideal de vida de la humanidad,
que es el vivir sin temor y se haga prevalecer el espíritu de razón y de
conciliación contra toda forma de fanatismo, de miedo y de pasión. Confiemos,
como en el Evangelio de San Lucas, en que podamos andar juntos sin represión y
que en ese alto plano de amistad podamos convertir los corazones de los
rebeldes a la prudencia de los justos, para bien de América y de la Humanidad.
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