EDUCACIÓN: ¿LA ÚLTIMA RUEDA DEL COCHE?
Las reflexiones que siguen se motivan con ocasión de conmemorarse el DÍA DEL
MAESTRO, como si los maestros estuvieran pasando por el mejor momento de sus
vidas.
En un país como el nuestro, un profesor es
muchas veces subvalorado e incluso desarrollan su trabajo en condiciones muy
limitadas.
Sin embargo, estos mensajeros del conocimiento,
nunca abandonan a sus alumnos, porque son conscientes de que de ellos depende la educación por lo
cual realizan incontables sacrificios para impartirla y así ver los frutos
representados por miles de ex alumnos que hoy trabajan y se resaltan entre
otros.
Por ello, causa estupor e indignación
el hecho que quienes, desde el gobierno y
las centrales sindicales burocráticas responsables de la pérdida de los
derechos consignados en la Ley del Profesorado, con cinismo que raya en lo
patológico, se atreven a expresar hipócritamente
la frase ¡Feliz Día Maestro!..
Por lo tanto, este 06 de julio debe
ser un día de rebeldía magisterial frente a los abusos del gobierno. Recuperar
el carácter de LIDER SOCIAL con la que Don José Antonio Encinas denominó a los
maestros del Perú.
Por lo tanto, nada más oportuno que postear
este duro artículo de Gustavo Faverón publicado en su blog :
EDUCACIÓN: LA ÚLTIMA RUEDA DEL COCHE
(GUSTAVO FAVERÓN)
Supongo que en una sociedad como la nuestra, en
la que todo valor se mide en dinero y el éxito solo es éxito si puede
transformarse en franquicia, no está de más, aunque sea por un momento, aunque
sea solo estratégicamente, traducir las cosas a ese lenguaje para hablar de la
educación. Este artículo de Teresa Tovar Samanez es un buen punto de partida.
En el Perú, el sueldo de un maestro es poco más
de un tercio que en Chile, poco menos de un tercio que en Brasil, la cuarta
parte que en México, la quinta parte que en Colombia, la sexta parte que en
Argentina. El hecho de que nadie parezca dispuesto a alterar esa realidad,
incluso ahora que el Estado tiene 14 mil millones de soles de superávit, como
recuerda Tovar, indica que consideramos justo pagar a nuestros maestros mucho
menos que en esos otros países de la región. Cuando un maestro cruza la
frontera peruana, su estatus se devalúa en esas proporciones.
Tomando los datos del mismo Ministerio de
Trabajo, si un maestro peruano quiere triplicar sus ingresos, le basta con
dejar la escuela y buscar trabajo como cargador en el aeropuerto o como obrero
de construcción civil. Si quiere cuadruplicarlos, puede dedicarse a
electricista, gasfitero o albañil. Si quiere multiplicarlos por seis, le
bastará con encontrar trabajo como afiliador para una empresa de seguros.
Esto que digo no es una simple fantasía
irónica: es perfectamente posible que en el Perú mucha gente opte, en efecto,
por abandonar una carrera en la educación para dedicarse a cualquiera de esos
otros trabajos. El punto es simple: ¿cuál es la visión de país que tenemos
cuando estamos dispuestos a aceptar que la persona que nos pinta la pared, la
que nos instala una lámpara y la que tarrajea el muro del jardín obtengan una
recompensa mayor que la persona que educa a nuestros hijos?
No es una pregunta retórica ni una pregunta
demagógica. El país parece imbuido de una admiración sin límites por los
empresarios exitosos, pero sólo entiende el éxito como una cosa que se consigue
de inmediato y que pone los libros en azul instantáneamente (esos son los
únicos libros que interesan): la inversión en educación ninguno de nuestros
gobiernos la ha entendido ni como cosa urgente ni como plan a mediano o largo
plazo, probablemente porque sus frutos no se traducen en largas colas ante un
kiosko en el Campo de Marte.
Lo que el Estado peruano invierte en los
sueldos de los maestros es el mínimo indispensable para asegurarse de que
algunas personas con alma de sacrificadas y algunas personas sin la formación
suficiente para desempeñarse en nada más acepten pararse junto a una pizarra y
hacer la finta de que están echando a rodar los engranajes del sistema
educativo. Es un saludo a la bandera.
En la práctica, el mensaje del Estado a quienes
quieran ser maestros es clarísimo: no vale la pena que estudies educación, no
vale la pena ser maestro, no es un trabajo crucial, no es un trabajo que nos
preocupe o que merezca nuestro respeto. Es un trabajo que toma años de
formación pero las horas y el dinero que inviertas en esa formación no los
recuperarás porque no nos interesa que los recuperes, y mucho menos que puedas
hacer una vida digna en esa profesión. Mejor, dedícate a cualquier otra cosa.
Y el mensaje para los escolares es aun más
transparente: esa persona que intenta enseñarte cosas, que intenta darte información
y fomentar tus hábitos intelectuales, esa persona que durante toda tu infancia
y tu adolescencia vas a identificar con el conocimiento y el aprendizaje, es la
última rueda del coche, porque el conocimiento y el aprendizaje son la última
rueda del coche. Marca Perú, le dicen.
Durante la década de los setenta, las escuelas
rurales ayacuchanas se convirtieron en uno de los nudos articulatorios de
Sendero Luminoso. Entre los primeros "cuadros" del PC-SL estuvieron
esos maestros y sus estudiantes. También los primeros que ofrecieron
resistencia a la expansión de las ideas criminales del senderismo estuvieron,
lógicamente, allí, entre profesores y estudiantes.
Habría sido tan distinto si ese sistema escolar
hubiera sido realmente funcional, si el Estado lo hubiera protegido y
optimizado, si hubiera formado correctamente a esos maestros, si hubiera hecho
de los maestros una parte crucial de su propio aparato en vez de dejarlos a la
deriva, expuestos al fanatismo y su influencia, marginados de cualquier cosa que
pareciera un proyecto de país. Pero no permitamos que la experiencia nos enseñe
(no permitamos que nada ni nadie nos enseñe cosa alguna). Al fin y al cabo,
¿qué cosa podría salir mal? ¿No es cierto?
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